Cuando nos hablan de evaluación, llega de forma inmediata a nuestro cerebro reptiliano una alerta que nos remonta a los días de escuela, donde nos aplicarían un examen para ver cuánto habíamos aprovechado durante un periodo de tiempo en el que también había la entrega de una serie de tareas y trabajos (resultados) que conjuntamente se consideraban y, que marcaban la hora culminante de saber qué calificación obtendríamos.
De igual forma, en las Organizaciones hacemos sentir a muchos colaboradores como si fuera un examen de escuela, porque seguimos aplicando la Evaluación del Desempeño como si estuviéramos en la academia. Si a esto le adicionamos una aplicación con poca claridad, objetivos confusos, nula comunicación, falta de seguimiento a los compromisos, a las acciones pactadas, a los apoyos, sin formación y escaso seguimiento al progreso del indicador, el resultado es totalmente incierto.